20230901

Entonces, si pudieras borrarlo todo, que el abuso nunca hubiese sucedido, ¿lo harías? No dije nada inmediatamente. Era mi tercera o cuarta sicóloga que tenía desde los catorce. Era cuica y su oficina quedaba en unos de los últimos pisos de una torre al lado de la piccola Italia o algún restaurante con la bandera verde blanca y roja en pedro de valdivia, casi cruzándola calle del liceo al que iba. Era cuica y rubia y hablaba como todxs lxs cuicxs, con la papa en la boca y con la voz un poco ronca, no sé si la impostan o qué o si por el solo hecho de nacer cuicxs ya está en sus genes (en la plata). Tenía enmarcado el título de psicóloga de la universidad Adolfo ibañez en una pared azul oscuro. El sillón que ocupaban los pacientes era más bajo que el de ella y daba a la pared, en cambio ella miraba a una gran ventana donde se veía la ciudad, hubiese preferido mil veces mirar la ciudad que sus títulos y cuadros sin gusto. Empezar un tratamiento terapéutico con alguien nuevo es horrible porque es contarlo todo de nuevo. En verdad yo nunca hablaba mucho, solo relataba hechos o respondía a preguntas con respuestas breves, incluso hubo una sicóloga que me daba papel y lápices y me hacía dibujar porque yo no hablaba nada de nada y en ese entonces debía tener quince o dieciséis. Simplemente no salían palabras de mi boca, era como si enmudeciera inmediatamente cuando pisaba la consulta, como magia de la mala o de esas pesadillas en las que quieres gritar pero el grito se acumula en el pecho y ahí se queda. Con la cuica la comunicación, si pudiera decírsele así, era un poco mejor -ojalá recordara su nombre para no decirle la cuica- ella me preguntaba algo y yo por lo menos respondía a borbotones lo que mi boca soltaba. Igual nunca la vi muy interesada en nada de lo que decía, como ella hablaba más que yo, me sentía en un libro de autoayuda de esos que son best sellers y que todo lo que dicen es obvio o estúpido o las dos cosas a la vez. Lo que me gustaba de ir a su consulta era que me dejaba fumar dentro. Yo aún era menor de edad e incluso a veces iba con jumper después de clases. Cuando entraba a la habitación azul y me acomodaba en el sillón ella miraba la hora y cada una sacaba una cajetilla y la apoyaba en una mesita junto a un cenicero. Ella fumaba kent, obvio, y yo en ese tiempo alternaba entre mentolados o cuando tenía plata esos lucky edición limitada sin filtro que eran fuertísimos. Así empezaban las sesiones, cada una con un cigarro antes de decir nada, la ventana abierta y esos glades automáticos que cada cierto tiempo lanzaban un olor a manzana canela. Obvio que si pudiera olvidarlo lo haría pensé automáticamente. Olvidar la primera vez de tantas que ni recuerdo. La tele encendida en un programa de national geographic que mostraba a un guepardo o un león cazando en la sabana africana, corrían tan rápido que parecían fantasmas apurados, destrozando a su presa, sin odio ni pena ni rabia, destrozando el cuerpo de un animal que habían matado de tres o cuatro mordidas. En ese tiempo vivíamos en una población en Antofagasta, al norte, todo lleno de tierra y ver ese programa de reojo haciendo como si no pasara nada mientras mi papá me tocaba por primera vez nunca se me va a olvidar, aunque quisiera, aunque hubiese cerrado los ojos seguiría viendo ese programa porque era mejor ver eso que ver cómo tu papá te toca como tu mamá te dijo que nadie debe tocarte. Después de esa vez hubieron muchas y aprendí a cerrar los ojos y pensar en la sabana africana y la caza de los leones o guepardos. Pensaba en los animales muertos que por lo menos estaban muertos y no podían sentir más dolor después de la muerte pero yo seguía viva y sentía como mi papá tocaba mi vagina, me abría las piernas y tocaba mis pezones como si estuviera bien. Nunca supe si me miraba cuando lo hacía o si como yo cerraba los ojos pensando en otra cosa para sacarse la culpa, para olvidar que el cuerpo que tocaba era el de su hija, de la que estaba orgulloso por sacar buenas notas y de que le gustara leer tanto como a él. No. ¿Por qué no?, primera vez que la veía sorprendida mirándome. Dejó el cigarro a medio camino de su boca y me miró con los ojos fijos como si me pusiera atención por primera vez. Pues porque no se puede borrar, cómo lo voy a borrar, lo que pasó aunque pudiese borrarlo pasó y eso no se puede olvidar y aunque quiera con todas mis fuerzas no va a pasar y pasó, así que aunque lo borrase no se podría borrar, pero no le dije eso. Solo un porque no se puede. -- Ahora, digamos que ahora, tengo veintidós y mi primera relación más formal y quiero vomitar. Cuando ella, sí porque es ella y no él, yo no quiero ver penes en mi vida, me toca y lame los pezones veo a mi papá y quiero vomitar y ya no puedo pensar en el national geographic porque supuestamente debiese estar pasándola bien, pero la paso mal, y me muevo incómoda y le digo que me duele el estómago, que tengo sueño o que me acordé de que tengo un trabajo que se me había olvidado. Ella no entiende nada y yo no soy capaz de decirle que sus caricias me recuerdan a mi padre porque es asqueroso porque no puedo decirle que no creo que nunca se me vaya a pasar, que ni siquiera puedo ver el national gheographic sin pensar en mi papá tocándome una de muchas noches en el desierto. Me voy caminando a la u porque no puedo subirme al metro, me ahogo y no puedo respirar, así que hago un trecho desde moneda hasta la usach. La verdad es que me gusta, las mañanas son frías y escucho música sin pensar en nada, y llego y prendo un cigarro y nunca o casi nunca entro a la primera clase. Contamos los minutos con el nico para que no sea tan temprano para comprar un santa helena en el tío pelao.Las clases son aburridas, mis compañeros unxs idiotas o yo con esa adolescencia incomprendida me creo alguien diferente, pero no, sufro igual que todxs pero eso todavía no lo sé, así que solo soy una idiota en un mar de idiotas que solo fuma y toma y le parece que leer a bolaño es casi un manifiesto y de qué? Eso nbo peudo responderlo ni siquiera ahora y eso que lo sigo encontrando hermoso. Entonces soy una post adolescente que vive en un pueblo a una hora de Santiago y en el bus todxs van hediondxs y yo acabo de vomitar dentro de mi mochila vacía y nadie me dice nada, solo una señora de avanzada edad que me mira con cara de porqué no le doy el asiento y yo cómo decirle señora me tomé tres cajas de paracetamol y me quiero morir o no me quiero morir pero hacer algo que es como si me muriera pero no. El lavado de estómago es lo peor, es como el examen del covid pero hasta la guata, un tubo enorme que entra por la nariz y no sé que hace pero duele montón. Y yo estaba media drogada y veía al personal médico riéndose de mí, diciendo, pero si es joven cómo va a hacer esto por penas de amor, deberían internarla, pobre de su mamá -yeso era verdad, lo único que me preocupaba era mi mamá, sufriendo por su primogénita que era emo y ella no podía hacer nada por salvarla- es un pueblo chico y todxs se conocen y yo con vergüenza y pensando en que mejor me hubiese tomados diez cajas más y mejor me hubiese muerto, pero no quería morir, solo sentir algo fuerte, algo que me removiera. ¿qué más podría removerme? El invierno se fue, vaya sorpresa. No me internaron, no pasó nada especial, solo mi mamá me llevaba la comida tres veces al día y yo le sonreía como diciéndole que todo estaba bien. En medio de la parcela había un estanque sobre una bodega de un metal de baja calidad. El estanque de muchos muchos kilos reposaba bajo una estructura de madera que debía tener más de treinta años, lluvias y soles habían pasado por ella y seguía estoica invierno y verano. Yo pasaba las tardes ahí, tomando mate, pensando en que ojalá se derrumbara por casualidad y que yo al caer pensara en todos los hechos importantes de mi vida como suelen decir del momento antes de la muerte. Pero no pasó, y de ahí la vista era hermosa, se veía todo el valle y podía divagar sintiéndome en otro mundo. Esos fueron momentos tristes/felices de mi vida: yo, a una altura nada despreciable escuchando los pájaros y pensando en que debía hacer algo por mi vida. Pero sin saberlo lo hacía, sobrevivía y nadie daba un peso por mí y yo tampoco, para qué nos vamos a engañar. Es más fácil escribir de unx y de lxs que te rodean, escribir desde la intimidad como dice la Gabriela Wiener, es como robarte algo de todxs y que no puedan decirte nada porque te escudas en la ficción y en la vanidad y en que las historias no pertenecen a nadie porque estamos en una sociedad muy progre y quién más lo sabe que ella que tiene una relación abierta o algo así, algo que yo, un poco más joven, nunca ha terminado de entender. Porque soy romántica pero de las malas, de esas que se toman un vino y escuchan camilo sesto pensando en un amor que pasó hace considerables años atrás. Eso hago ahora de hecho, quién diría que todo es tan tonto y tan triste, bueno, Jorge González lo dijo y me gusta citarlo a pesar de que sea un viejo choto y que la gente lo recuerde menos porque chile tiene una memoria limitada, tanto que pueden olvidar lxs muertxs de la revuelta y hacer fans service de boric como si estuviésemos en un país muy lindo donde hubo justicia (qué es la justicia?) y Pinochet ya no es venerado como el restaurador de la patria. Qué gran burla es la patria. Qué gran burla es este país sin memoria ni dignidad.